El nuevo disco de Club 8 suena a los Belle & Sebastian más calmados, o sea, a pop de media tarde con voz susurrante y melancólica. Composiciones nada pretenciosas, líneas melódicas sencillas y luminosas, con guitarras sin estridencias y un toque de melancolía en los teclados, típicas de mañanas de sol en pleno invierno o siestas de verano a la sombra.
Tal vez esta línea más acústica sea la principal diferencia entre The boy who couldn't stop dreaming y su anterior colección de canciones, donde había más ritmos bailables y más sintetizadores. Salvo en los cortes Leave the North y Sometimes, donde irrumpen las cuerdas y la electrónica deja de utilizarse como simple colchón de acompañamiento, se podría decir que antes eran más Saint-Etienne y ahora tiran a The Sundays, aunque sin traspasar nunca la línea acaramelada que estos últimos han pisado en más de una ocasión.
Club 8, como muchos de los grupos en los que me fijo últimamente, no son british, sino suecos. Ella es Karolina Komstedt y él Johan Angergård. Este último tiene un grupo paralelo, The Legend, que el año pasado (¿o fue el anterior?) publicó The Kids Just Wanna Have Fun, algo más electrónico e igualmente recomendable.